Escribe: Suriel Chacon
Amada, madre, Yolita.
Esperé a que llegué una fecha especial, como hoy, Día del Padre, y también esperé hallar cierta madurez emocional para poder escribir con amor esta misiva y, es que la verdad, si no lo hice antes es, básicamente, porque dicha carta hubiera estado poblada de crítica, recriminación, amonestación, rencor, rabia, desprecio para con mi papá biológico, Américo, dado que éste último nunca estuvo en mi vida, incluso, viviendo a tan solo unas cuadras de la casa, en la granja; (Cusco-Quillabamba). Te confieso, Yolita, que desde hace 20 años vengo jugando con la idea de dejarte –debajo de tu almohada– una correspondencia acompañada con una rosa, como esta. Cada año, sin falta, empezaba a confeccionar de manera prolija un sentido escrito para entregarlo en tus manos, pero, siempre abortada el ensayo, pues, mis sentimientos de encono no me permitían expresar con felicidad el amor que siento por ti y, la verdad, más podía mi rabia que, al concluir, el mensaje, pues sentía que mi agradecimiento y mi amor puro para contigo se habían desnaturalizado, simplemente, por dejarme gestionar por la inquina. Pero, madre, sé feliz, a mis 34 años, logré, por fin, perdonarlo, soy libre en ese aspecto, perdoné a Américo y siento que mi alma sanó, es más, si él estuviera vivo, ahora mismo, tomaría el primer vuelo a Moquegua, donde él residía para poder conversar con él y decirle: “papá, te perdono por todo; mi madre nunca te exigió nada material, personalmente, yo solo necesitaba un abrazo, algo de protección, porque era un niño enclenque, pero, a la fuerza, aprendí a defenderme. Evidentemente, también me hubiera gustado ser guiado por tu experiencia de hombre, como lo haré yo con mis hijos”. Yolita, sin duda, lo abrazaría y regresaría a mi vida. ¿Sabes? Perdonar había sido una deliciosa medicina para el cuerpo y el alma.
Pero, ahora, ya no quiero hablar sobre lo que antecede a este párrafo; solo quiero que se apague un poquito el ruido que rodea -esta tarde- por ser esta fecha (Día del Padre). Estoy seguro que en breve se apagarán los reflectores y podré hablarte a solas y de todo corazón. Y es que, Yolita, yo al nacer he recibido un honor bastante grande al ser tu hijo, al tener a una denodada y valerosa mujer, como madre; la verdad, uno no elegí a los padres y tampoco a los integrantes de tu familia, pero, si existiera esa opción, que no te quepa la menor duda de que te elegiría como mi guerrera inca; porque tú me convertiste en lo que soy ahora, obviamente, con yerros, pero también con notorios aciertos que, en silencio, enorgullecen a la familia completa.
Todos los equívocos, incluso, disparates, que cometí en mi vida jamás fueron reprochados por ti, al contrario, eras el roble y el riachuelo que aparecían, como por arte de magia, en mi camino para poder apoyarme en el proceso si lucia abatido y para calmar mi sed: nunca conocí ese lado de fiscal inquisidora, pero, no solo conmigo, sino con mis seis hermanos: no te amilanaste ante el reto de sacar adelante sola, sin ayuda de nuestro padre, a tus siete hijos, repito, sieteeeeeeeeeeeee; haciendo magia pura para que el salario de docente llegue, cuando menos, a la quincena, tomando el papel de padre y madre: ¿¡cómo no reconocer ese rol que cumpliste!? Pues, yo lo reconocí desde que tuve uso de razón. Yolita: en muy pocas ocasiones oí tus quejas, ya casi tienes 70 años e, increíblemente, sigues velando por los intereses de todos tus hijos.
Mamá, gracias por enseñarme a ser un hombre y un profesional que, bajo ningún concepto, tiene que agachar la cabeza o la mirada ante otro ser, solo ante papá Dios: pues tú eres la culpable de construirme así: un tipo que no se siente más ni menos que otro: ¿por qué razón? Muy simple, ¿te acuerdas de lo que decía mi abuela, Panchita?: “No importa que seas pobre, humilde; si no has cometido ningún delito penal o civil, tú no tienes por qué agachar la cabeza ante otro ser, eres limpio, digno y valiente, maqta”, filosofía ancestral, ¿no? Todavía queda esa frase tatuada en mi alma.
Mamá, gracias por hacerme un sujeto que no nunca se da por vencido; gracias por haberme enseñado que todo lo que sueño y me propongo lo puedo conseguir con esfuerzo y sin pedir favores a nadie, sino con mis propios medios: “hijo, es hermoso no deber favores”.
Mamá, gracias por haber cumplido el rol de padre que nunca tuve, gracias por los sacrificios, por llorar y reír conmigo, gracias por darme tu bendición para alzar vuelo en otros horizontes, gracias por acompañarme cuando he estado en cama, gracias por aplaudir y celebrar mis éxitos; gracias por llamarme varias veces al día cuando salgo de viaje, porque sé que aunque tenga más de 30 años, pues para ti sigo siendo el niño revoltoso que solía jugar a las canicas: lo diste todo, mujer valiente, te amo y pronto regresaré para llevarte conmigo, gracias por cuidarme. Caramba, tengo tanto que agradecerte que ni siquiera tres vidas más me alcanzarían:
¡FELIZ DÍA DEL PADRE, MAMÁ!
“Esto no puede ser no más que una canción
Quisiera fuera una declaración de amor
Romántica sin reparar en formas tales
Que ponga freno a lo que siento ahora a raudales
Te amo
Te amo
Eternamente te amo”
AQUÍ LA CANCIÓN COMPLETA:
OTRA CANCIÓN QUE LE GUSTA A MI MADRE:
Gracias mamá.
Te extrañaré, mi carcochita.