A 3.500 metros de altura, peruanos desconocedores del tema y problemática geopolítica nos den una lección y nos enseñan de cómo se adaptaron con técnicas ancestrales al impacto del calentamiento global.
Como se conoce desde hace años, el trabajador del campo tenía una forma sencilla de anticiparse a los eventos climáticos: miraba el calendario y listo. Ello le permitía al campesino alistarse para las temporadas de lluvia, estiaje o las heladas. Todo eso ha cambiado en una generación.
“No sabemos cuándo cosechar o sembrar. Ya no nos fijamos en el calendario, ahora solo miramos el cielo y rezamos”. Las palabras son de Samuel Luna, un campesino de Ocongate (Cusco) que un martes de mayo del año pasado vio sus cultivos destrozados por una severa granizada que llegó, como toda ahora, fuera de tiempo.
En el mundo muchas naciones luchan para reducir las emisiones de carbono, causantes del calentamiento global. Somos actualmente más conscientes de lo que conlleva este fenómeno y su gran impacto, esa realidad ya no es ajena para nadie. Aunque, para algunos gobernantes no sea prioritario, como en el caso de Donald Trump, al retirase del Acuerdo de París, la más grande iniciativa mundial para reducir las emisiones de carbono, causantes del calentamiento global. Sin embargo, la realidad que combate y su urgencia ha logrado que Israel y Palestina se den un abrazo simbólico, en pos de un mismo norte. Asimismo, ha despertado la poco conocida sensatez de Kim Jong-un, líder de Corea del Norte.
Pero, lo fabuloso y sin ir muy lejos es que a 3.500 metros de altura, peruanos desconocedores del tema y problemática geopolítica nos den una lección.
Tal es el caso de Brígida Huallpa (49) quien está convencida de que el calentamiento es real. “Cuando era una niña, el nevado Ausangate estaba mucho más blanco, ahora apenas tiene nieve […]. El cambio climático nos afecta a todos. Ahora no podemos producir chuño porque nos cae la helada, también llueve cuando no debe y hace sol cuando necesitamos lluvia. Estamos preocupados”.
Brígida empieza su día a las cinco de la mañana y se alista a concientizar a 32 familias de la comunidad de Lahua Lahua sobre cómo adaptarse a los cambios del clima. Siente que es su misión. Les enseña a conservar la avena con técnicas antiguas. En su comunidad es respetada y la llaman yachachiq, una palabra quechua que designa a aquellos que saben algún conocimiento y lo comparten con el resto. Son como modernos superhéroes, porque lo hacen con desprendimiento y gratis.
Otra alentadora historia es la de Teodoro Ccolqque (47), llamado el yachachiq de las praderas, se dice que es común verlo recorrer extensas porciones de terrenos cercanos al Ausangate en su moto Fortte de 150 centímetros cúbicos. Ccolqque les ha enseñado a 117 familias a ‘sembrar y cosechar agua’. Esta técnica permite guardar este elemento bajo suelo para que luego aflore como manantiales que bañen la tierra y los prepare para los periodos de escasez, cada vez más caprichosos.
“El calentamiento global es verdad: los bofedales se secan y no queda otra que adaptarnos”, señala.
Los testimonios señalados de Samuel Luna, Brígida Huallpa y Samuel Ccolqque están recogidos en el libro Yachay Ruwanapaq (2017), que resume el trabajo de capacitación a campesinos de zonas empobrecidas del proyecto Haku Wiñay/Noa Jayatai, que en quechua y shipibo significa ‘vamos a crecer’. Este fue hecho por el Programa de Adaptación al Cambio Climático (PACC-Perú), una cooperación entre el Ministerio del Ambiente y la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude), en coordinación con el Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social.

Frutos recogidos gracias al biohuerto implementado con asesoría del Programa de Adaptación al Cambio Climático (PACC – Perú) y el proyecto Haku Wiñay/Noa Jayatai | Enrique Castro Mendívil
[Fuente: El Comercio | Imagen de portada: Enrique Castro Mandívil]