Percepciones y visiones.
Alguna vez en un periplo por Beijing, China, en un típico restaurante cerca de la avenida Jianguomen, conversando con un empresario de la nueva era sobre los cambios ocurridos en China, sobre todo en materia social y económica, me confesó que para él todo seguía en esencia igual, sólo habían cambiado de manos los diversos poderes que existen en política. Es más, con mucha firmeza me dijo que si deseaba que algo no cambie, simplemente bastaría con cambiarlo todo y comprobaría que nada habría realmente cambiado, salvo las apariencias.
No quise entrar en debate, sobre todo porque noté que había algo de percepción filosófica taoísta en su interpretación de la realidad que estaba viviendo. Lo dejé para más adelante, tal vez para cuando pueda constatar que el taoísmo es más cercano a la realidad que nuestra percepción occidental centrada básicamente en el desarrollo y crecimiento económico.
Días después salí en el tren de la capital China a la otra China llamada Hong Kong, con el propósito de conocer cada pueblo en el camino de 2,000 kilómetros; no imaginé que pasaría por provincias con más de 30 millones de habitantes, ni que me encontraría con pueblos bellísimos, tan distantes de la modernidad como de la locura por el consumo y confort contemporáneos. Más bien encontré un mundo artesanal, escaso en lujos, con personas sumamente amables y acogedoras que evidentemente trabajaban muy duro, sin descanso ni pausa.
Pensé, China por dentro es todo un mundo nuevo por descubrir, pues una cosa es leer el New York Times o el diario de Pekín, y otra es darse una vuelta por los pueblos de este enorme país.
La percepción de cuando leemos a un conocido periodista de un diario internacional o vemos los reportes de una cadena de cable mundial, son tan distintos a lo que sencillamente podemos ver cuando estamos ahí, en el sitio. Curiosa comprobación de que la interpretación de la realidad no es una sola, ni podría serlo, en un mundo de diversidad cultural, idiomática y diversos niveles sociales. Lo que sí podemos ver a simple vista es que la concentración de poder y riqueza está en pocas manos, igual o similar a otros continentes. No me refiero a la forma sino al fondo, muchos con casi nada y pocos con casi todo.
La ilusión de un mundo mejor desde luego está presente, tanto en China como en Perú; aquí también pasamos lo mismo, pocos con casi todo y muchos con casi nada; hogares con calefacción al máximo, como también humildes chozas gélidas y adentro sus niños con los pies desnudos.
Estos contrastes también tienen sus percepciones diversas, unos dirán que al Perú le falta más inversión privada extranjera, ello genera empleo, y éste genera más consumo, y por ende, mayor bienestar. A mayor inversión mayor ingreso de divisas, de impuestos y obviamente más capacidad para la infraestructura que necesitamos, más escuelas, hospitales, carreteras, trenes, y por cierto armas para la guerra. Más gasto público sería el equivalente a más desarrollo.
La visión economicista del desarrollo humano que atomiza a la sociedad humana como un sistema de componentes productivos, de servicios, y de consumidores parece que aún es la única forma de vernos en los cuadros estadísticos y curvas de oferta y demanda. Mientras tanto, los siglos anteriores y parece que los venideros seguirán muy parecidos respecto a las condiciones de ese gran grupo humano mundial que sigue desprovisto de poder y bienestar elemental.
Aquí en el último discurso presidencial se nos ha ofrecido un sueño fabuloso para el bicentenario, el Perú será unido, no habrá pobreza, seremos más grandes en números y beneficios, sobre todo no habrá discriminación.
Un solo “pero” y pregunta: ¿El Perú seguirá con esa visión de que pocos tendrán casi todo, y muchos casi nada? ¿El nuevo gobierno cambiará todas las reglas para que ese esquema injusto y cruel, de concentración de poder económico y social, cambié?
O como diría mi amigo chino: “cambien todo para que nada cambie”; todo dependerá de la percepción, visión y apariencias.
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