Escribe: Fabricio Escajadillo
A ver, amiga y amigo socialista, [email protected] colega: Cipriani se fue a zona de emergencia cuando los terrucos mandaban, y mataban en juicios populares. Se metió a la embajada de Japón a interceder por los secuestrados cuando todos los demás párrocos, pastores y figuras de la moralina limeña pública se espantaron.
Se la ha pasado diciéndole al socialismo (esa “solución” a los problemas mundiales con 120 millones de muertos en el siglo XX) lo que es: un fraude tozudamente fallido.
Se la jugó por decir que los niños nacen con pene y las niñas con vagina, cosa evidente. Se ganó enemigos en el Vaticano por llenar las calles limeñas con casi un millón de manifestantes con el asunto “del género”, exigiendo que sean los padres quienes decidan la educación de los hijos, y no un conjunto de burócratas.
Yo no soy católico ni pretendo serlo, como muchos sabrán. Es más, si pudiera entrevistar a Cipriani le preguntaría por todo el libro de Romanos, a ver cómo se las arregla para seguir negando lo que allí es evidente (fe y no obras) y le preguntaría ácidamente por el tema del Sodalicio y afines. Pero al César lo que es del César: fue un tipo valiente, defensor de la familia y de la vida y creo que el Perú sí lo va a extrañar.
Con el nuevo arzobispo Castillo, que pasó a serlo sin antes haber sido Obispo, salido de las clases del socialista Gustavo Gutiérrez y su teología de la liberación, sociólogo de carrera y más progre que De Belaunde, el pueblo católico -me parece- ahora se enfrentará a una disyuntiva seria: obedecer a los hombres o a la verdad. Veremos qué pasa. Por supuesto, al final, siempre, la Verdad prevalecerá. No tengo la más mínima duda sobre ello.
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