Escribe: Miguel Coletti
VIDA DE FERCHO
Calixto tenía la cara desgastada con huecos que parecían baches, el humor del cuerpo grueso, el aliento áspero, amarillo, destilado, y los dedos endurecidos con mezcla de arcilla y cuero que le servían para aferrarse al inmenso volante de su nave, que era lo único que ponía sus pies sobre la tierra y lo hacía creerse la realidad de su vida y los kilómetros recorridos.
Seguir a @Tiempo_26
Sobre su frente se hundían esos trazos fuertes que delinea la experiencia a cierta edad, el trauma, como una advertencia de graduación en la vida, que parecían caminos de ríos muertos, líneas divisorias de frontera, extintas, líneas de vida seca que servían como un cierre de carne que unía hondas y abismos, crudas preocupaciones, deudas antiguas contraídas por necesidad, mala pata en general.
Como padre, como marido, Calixto había fracasado, no sentía ni un sentimiento parecido al apego por sus hijos, a quienes encontraba muy de vez en cuando en algún paradero olvidado y les entregaba siempre a la volada, un saludo frío, un “bulto”, y un sobre sucio por supuesto con dinero. Tampoco tenía sentimiento de culpa al respecto, tal vez porque nunca había tenido padres, ni hermanos, ni mascotas (solo recordaba a un viejo gallo de pelea) para qué, si él quería ser libre. Ya las circunstancias le habían mostrado su camino torcido para la vida familiar. Construía con buenas intenciones pensamientos limpios, llenos de salud y trabajo, que se desvanecían en instantes, se secaban: una fuente de agua cristalina, fervorosa, se transformaba en un estanque de lagartos hambrientos de colmillos filudos que lo esperaban llorando lágrimas sin importancia, que saltaban el charco para morder la mano de su propio amo.
La inexperiencia en la vida, la falta de esquina, el ser montubio había provocado esas decisiones erradas de las cuales se arrepentía sin descanso, esos recuerdos incómodos que se construían como espumas, como niebla, y volvían a molestarlo mientras conducía, y es por eso que maldecía, frenaba con violencia el inmenso bus, se aferraba a su cruel claxon para desquitarse rompiendo los oídos ajenos, esa luz extraña y oscura que no sabía de dónde…, invadían su estado natural de viajante en forma de responsabilidades, derechos y deberes, que forjaban aún más esos surcos de piel en la frente hasta que se traslucía en el pensamiento su juventud violenta e indecente, solitaria, un hombre poco feliz que recorría la vida sin objetivos-sin el consejo de los padres, sin el amor de los hermanos- tampoco seguro de poder lograrlos, corría rápido para que se acabe esa vida. Por eso había decidido ser chofer, en un arrebato de locura, de libertad en una conversación de chelas con un camionero que visitaba su comunidad todos los fines de mes llevando pollos morados o muertos de frío, baratos.
A escondidas se escapó de su pueblo, cansado de la monotonía y la tranquilidad andina, huyó para Lima, escondido en un camión de pollos entre las javas olorosas y los picotazos de las aves rabiosas que no soportaban su encierro. Ahora estaba cagado, eso era cierto, pero como buen provinciano de empuje ya se pararía, sería camionero, lo lograría, se iría a recorrer este difícil país, y su caminos de herradura los haría gustoso, sintiéndose impulsado por el viento de la velocidad, ascendiendo a su altas cumbres con vértigo, yendo de puntillas por los abismos rocosos que le presentaban las montañas mágicas del viejo Perú, amables, poderosas, observando el espectáculo del mar cada vez que se hundía en el litoral, se curaría viajando de sus complejos , de su incesante rencor por el Perú, , dándose un poco de vida rica, dándose. Esos sueños habían sido coronados cuando consiguió el brevete A III C, para camioneros diestros que son capaces de ensartar a ciegas, a fuerza de cálculo y nervios templados, una inmensa carrocería en un angostísimo callejón.
Con esa agresividad vivía la vida, no recuerda en qué momento había decidido quedarse en Lima, tal vez para comprobar que era el mejor, tal vez, para que sepan que era el chofer más libre. El primer trabajo que le ofrecieron fue de fercho de un inmenso bus de hojalata, viejo, de humo negro, que recorría la ciudad en sus extremos, esa oportunidad lo había convencido de su éxito laboral.
Su nueva vida consistía ahora en atravesar un inmenso zanjón subterráneo, sucio, con miles de individuos subiendo y bajando de una maquina furiosa que se abría paso luego de un bufido que hincaba el cerebro, pasos que cortaban el piso de acero de la 33.
El incesante coro del oficio lo acechaba a diario:
Sube, abre atrás, pisa, bajan, cierra, rompe, tombo, no abras, a ver señores, padre, madre, varón, estoy aquí por una urgencia, mi hija, la única, la menor, en estos momentos se encuentra en coma en el hospital y apelo a su solidaridad para poder comprar su medicina, aquí está su radiografía, aquí está la receta del hospital, aquí mire,, no tengo que ofrecerles por eso protejo mis palabras para no dañarlos, lo que me des será nada a lo que te podrían robar abajo, esos chicos que se ganan la vida parados en una esquina, quitándote lo tuyo que ganaste con tanto esfuerzo, no me ignores padre madre, tengo cáncer varón, no he traído ni caramelos esta vez, solo mi habilidad para traspasarme la garganta con este fierro, mira, clink, clink,, señores aquí les traigo un hermoso tema musical de nuestra rica música peruana, piensa que es lo que quieras, que es pa´ vicio voy a pasar por cada uno de sus asientos a recoger su colaboración hay que ser solidarios, que yo recoja lo que dios ponga en sus corazones. Y así muchas personas que subían a reclamar justicia durante todo el día en la carretera de siempre.
Entre sus diarias experiencias, todas sorprendentes y reales, Calixto recordaba una mañana memorable cuando una señora pelopintado lo había discriminado por su rostro, por su expresión cansada. Había logrado detener el tránsito en plena tarde con lisuras rápidas y entre gritos fuertes había convocado a un policía de tránsito que por allí husmeaba. La mujer insistía en acusarlo de borracho, había en su argumento locamente hasta que se había armado un concierto de bocinas por el atolladero que se había construido, insultos irrepetibles que hacían recordar a los familiares que no tenían la culpa. El escándalo era increíble la mujer insistía en acusarlo de borracho, ante su desconcierto, porque no lo estaba, pero ya lo había tomado del cuello sucio y lo sacudía.
-Usted no puede manejar borracho
-No estoy borracho señora, así es mi cara
-Así es su cara repetía el policía que era testigo, el señor es un chofer profesional.
Y en esa discusión se quedaron colgados hasta que la mujer pelopintado, luego de golpearlo y olerlo de cerca varias veces, decidió abandonar el bus por la puerta trasera. Los pasajeros que atravesaban una fuerte duda existencial parecida a la depresión, optaron por abandonar la 33 y tomar el bus siguiente que esperaba detrás, apetitoso, vacío. Lo dejaron solo aquella vez, acompañado por un inocente policía que era el único que creía su versión, porque lo conocía, porque ya le había pagado otras veces por estar realmente borracho.
-A la hora de irse le dijo como burlándose:
-Con esa cara de borracho quién te va a creer cholo, dime quién, y le volvió a cobrar unos soles. (Carcajadas que roncan)
En ese atracadero oscuro, difícil de abandonar, se había transformado su vida.
TUITÓSFERA 2016:
Tweets by Tiempo_26
[Imagen de portada: Miguel Det]
LEA MÁS EN TIEMPO26:
➤ 5 mil personas desarrollaron cáncer como consecuencia del ataque del 11-S.